Twenty-Eighth Sunday in Ordinary Time, Year A-2017

From VincentWiki
Garment to wear for heaven’s glorious feast

Jesus himself is the garment we need in order to take part in the heavenly feast. By clothing ourselves with him, we are assured of entry into the banquet of the Kingdom.

The guests come from street corners. But even so, only one does not get to put on, to his own harm, the wedding garment.

God is good to all, yes, and there is no one who can thwart his goodness. Not even rejection or lack of interest on the part of those he has invited dampens his goodness. On the contrary, he shows himself more kind as he invites everyone to the banquet he has prepared. And he supplies whatever we need according to his glorious riches.

But make no mistake: God is not mocked. He expects every guest to wear a wedding garment.

To what does the necessary wedding garment refer?

There is no answer in the parable itself. Nor are commentaries unanimous. But we know that the kingdom of God demands repentance.

Rightfully, then, does one state that the required garment refers to repentance, change of heart and mind. And the “good” and “bad” alike must wear this garment.

And so, it does not matter if we are religious leaders who think ourselves good. Nor does it matter that we are among those whom the same leaders consider bad. After all, both groups have to repent and produce good fruit as evidence of their repentance.

And the fruit of repentance is the same as the fruit of righteousness. According Micah, to repent of our sins is only to act justly, love mercy and walk humbly before our God.

The one who goes home justified is not the Pharisee who boasts of his observance. Rather, it is the publican who, confessing his sinfulness, humbles himself before God. And if the Hebrew “tzedakah” is any indication, justice is charity and charity, justice.

One cannot enter, then, the kingdom of God without the garment of works of righteousness and mercy. We shall inherit the kingdom only if we help the least of the brothers and sisters of Christ, if we do not refuse them compassion. Otherwise, the gate of heaven will close on us.

Needless to say, Jesus embodies the necessary wedding garment. Those who clothe themselves with him are sure of salvation. Says St. Vincent de Paul (SV.EN III:384):

We cannot better assure our eternal happiness than by living and dying in the service of the poor, in the arms of Providence, with genuine renouncement of ourselves in order to follow Jesus Christ.

Lord Jesus, you invite us to your Supper. Make us recognize you in the poor and, in that way, get to wear the necessary wedding garment.


15 October 2017

28th Sunday in O.T. (A)

Is 25, 6-10a; Phil 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14


VERSIÓN ESPAÑOLA

Traje para el festín glorioso del cielo

Jesús mismo es el traje que necesitamos para participar en el banquete celestial. Revestidos de él, nos aseguramos la entrada en el banquete del Reino.

Vienen los comensales de los cruces de los caminos. Pero aun así, solo uno no logra ponerse el traje de fiesta en detrimento suyo.

Dios, sí, es bueno con todos, y no hay quien pueda malograr su bondad. No la merma ni siquiera el rechazo o el desinterés de parte de los convidados. Al contrario, Dios se muestra aún más bondadoso, llamándoles a todos al banquete que él tiene preparado. Y provee a nuestras necesidades con magnificencia.

Pero no nos hagamos ilusiones; de Dios nadie se burla. Espera él que todos los invitados lleven a lo menos traje de fiesta.

¿A qué se refiere el traje de fiesta necesario?

No hay respuesta en la parábola misma. Ni son unánimes los comentaristas. Pero sabemos que el reino de Dios exige la conversión.

Con razón queda afirmado, pues, que el traje requerido se refiere a la conversión, al cambio de corazón y mentalidad. Y se les requiere este traje tanto a los «buenos» como a los «malos».

Así que no importa que seamos de los dirigentes religiosos que se creen buenos. Tampoco importa que nos contemos entre aquellos a quienes los mismos dirigentes toman por malos. Después de todo, los unos al igual que los otros han de arrepentirse y producir los frutos dignos de arrepentimiento.

Y el fruto que pide la conversión es el mismo fruto que pide la justicia. Según Miqueas, arrepentirnos por nuestros pecados es simplemente practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con nuestro Dios.

El que vuelve justificado a su casa no es el fariseo que se ha engreído de su observancia. Es, más bien, el publicano que, confesándose pecador, se humilla ante Dios. Y si la palabra hebrea «tsedaká» indica algo, la justicia es la caridad y la caridad, la justicia.

No se puede entrar, pues, en el reino de Dios sin el traje de obras de justicia y misericordia. Herederemos el reino solo si auxiliamos a los más humildes hermanos de Cristo, si no les cerramos las entrañas. De lo contrario, se nos nos cerrará la puerta del reino.

De más está decir que Jesús personifica el traje de fiesta requerido. Quienes se revisten de él tienen asegurada la salvación. Dice san Vicente de Paúl (SV.ES III:359):

No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesucristo.

Señor Jesús, nos convidas a tu Cena. Haz que te reconozcamos en los pobres y logremos así llevar el traje de fiesta necesario.


15 Octubre 2017

28º Domingo de T.O. (A)

Is 25, 6-10a; Fil 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14