Tenth Sunday in Ordinary Time, Year C-2016

From VincentWiki
Troubled unto a troubling death

Human misery leaves Jesus troubled, and he seeks that other people’s miseries leave us likewise troubled.

The disciples and a large crowd accompany Jesus to Nain. A large crowd from Nain is with a widow at her only son’s funeral procession. The stage is set for a showdown between life and death. The “combat stupendous” that ensues, however, leaves the crowd awed, rather than troubled. The account says:

Awe seized them all, and they glorified God, crying out, “A great prophet has appeared among us.”

Surely, these people remember the prophets Elijah and Elisha. The former raised to life the only son of the widow of Zarephath, and the latter, the only son of a Shunammite woman.

The combat is even more stupendous, for it does not foster worse violent enmities like those arising between the worshipers of the Lord and the worshipers of Baal. As he takes pity on the woman with a double portion of heartaches, Jesus effectively declares himself one with her and her fellow citizens. The one who is “deeply troubled,” i.e., “angry and very agitated”—according to the evangelist John in reference to Lazarus’ return to life— annuls the distinction between those from Naim and those from Capharnaum. He gets rid of all fanaticism, like Paul’s, before his conversion.

Jesus puts a halt to “business as usual” (cf EG 33). He wants every crowd accompanying him to be troubled. He seeks that we who claim to be his followers pass from death to life through our effective love for our brothers and sisters. Compassionate love does not allow those who have nothing to go hungry. If we neglect those who are in need, we deny the truth about the death that leads to life, which we proclaim at the Lord’s Supper. According to 1 Jn 3, 16:

The way we came to know love was that he laid down his life for us. So we ought to lay down our lives for our brothers.

Jesus does not want any of his disciples to be “a caricature of a Christian,” without charity and lacking in humanity (see SV.EN XII:222). He expects us to take responsibility for each other, giving some food ourselves to those we would rather send away. He equips us for wondrous deeds, which are not possible for us, however, unless we remain responsible in not so important matters of ordinary life.

In brief, Jesus, troubled, hands himself over for us. He thus takes us from the lap of our sorrowful Mother Church, so that he may give us back to her alive, with a beating, troubled, and compassionate heart.

Lord Jesus, make us what you are, the living and troubling image of the compassionate and gracious God.


June 5, 2016

10th Sunday in O.T. (C)

1 Kgs 17, 17-24; Gal 1, 11-19; Lk 7, 11-17


VERSIÓN ESPAÑOLA

Perturbado hasta una muerte perturbadora

La miseria humana deja perturbado a Jesús, y él busca que las miserias de los demás nos dejen asimismo perturbados.

Con Jesús van a Naín los discípulos y mucho gentío. También un gentío considerable de la ciudad acompaña a una viuda en el cortejo fúnebre de su único hijo. Todo está listo para una confrontación entre la vida y la muerte. La «singular batalla» que sigue, sin embargo, deja al gentío no perturbado, sino sobrecogido. Dice el relato:

T:odos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo».

Seguramente, están acordándose de los profetas Elías y Eliseo. El primero resucitó al hijo único de la viuda de Sarepta, y el último, al hijo único de una sunamita.

Pero es más estupendo todavía el combate, pues no promueve enemistades violentas como las que surjían entre los adoradores del Señor y los adoradores de Baal. Jesús, al compadecerse de la mujer con doble porción de penas, efectivamente se declara solidario con ella y con sus conciudadanos. El «muy perturbado», el «enojado y muy agitado» —según Juan Evangelista referente a la vuelta a la vida de Lázaro— anula la distinción entre los de Naím y los de Cafarnaúm. Elimina todo fanaticismo parecido al de Pablo, antes de su conversión.

Jesús nos quiere detenidos en el camino cómodo de lo habitual (véase EG 33) y lo quiere perturbado a todo gentío que va con él. Busca que los que pretendemos ser sus discípulos pasemos de la muerte a la vida por nuestro amor efectivo a los hermanos. El amor compasivo no deja que pasen hambre los que nada tienen. Si negligimos a los necesitados, desmentiremos la verdad sobre la muerte que lleva a la vida que se proclama en la Cena del Señor. Según 1 Jn 3, 16:

En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

No quiere Jesús que un discípulo suyo sea cristiano «en pintura», sin caridad, careciendo de humanidad, como lo es el que no queda perturbado ante un hermano afligido o enfermo (véase SV.ES XI:561). Espera que los suyos nos hagamos responsables unos de otros, dándoles de comer nosotros mismos a los que preferimos despedir. Nos capacita para proezas proféticas, las cuales no nos serán posibles, sin embargo, si no nos mantenemos responsables de los demás en los poco significantes acontecimientos de la vida ordinaria.

En pocas palabras, perturbado se entrega Jesús por nosotros. Así nos toma del regazo de nuestra Madre Iglesia Dolorosa para entregarnos luego a ella vivos, con corazón que late, perturbado y compasivo.

Señor Jesús, haznos lo que tú: imagen viva y perturbadora del Dios compasivo y misericordioso.

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5 de junio de 2016

10º Domingo de T.O. (C)

1 Re 17, 17-24; Gal 1, 11-19; Lc 7, 11-17