Sixth Sunday in Ordinary Time, Year A-2014

From VincentWiki
If anyone is in Christ, he is a new creation (2 Cor 5, 17)

Jesus, with his announcement of the kingdom and his lifestyle, represents conversion and newness. But radical change implies return to the unchanging beginning that rejuvenates, if kept.

Jesus returns to the law and the prophets, declaring them indispensable, wise and salutary. He is the new promulgator of laws as well as the prophesied seducer of the Israelites who, in the desert, talks to their hearts, so that they may respond as in the days of their youth (Hos 2, 16-17).

Our Master reminds us of tradition so that, united to him, we may keep it alive, deeply internalized, and observed radically—as did St. Vincent de Paul, who, converted to the primordial Word and living it, was renewed.

Perfect fulfillment means not disregarding even the least precept. Jesus does not agree with cafeteria Catholics. He does not want us either to say yes and no at the same time, in the manner of some U.S. presidents who use signing statements to express their reservations to certain provisions of the bill they are signing into law at that very moment. Nor does he approve of very valuable donations from the big shots who contribute to the Church all the while continuing to abuse the little folks.

Jesus also warns that not every keeping of the commandments down to a T passes for righteousness. They are not few, those who are so self-righteous in their irreproachable observance that they put on airs of divinity. They deem themselves to be the infallible measure of all morality and at the center of everything. They remain shut up within structures which give them a false sense of security, within rules which make them harsh judges, within habits which make them feel safe, while at their doors are people who are hungering and thirsting for justice, mercy and acceptance (cf EG 49).

No, one cannot ignore the needy. Love is the fulfillment of the law (Rom 13, 10). Given besides the hierarchy of truths and virtues, one has to concentrate on the essentials (EG 35-37): justice, mercy, reconciliation. Locked up in our own interests, in the culture and a theology of prosperity (EG 54, 90), we do not hear the cry of the poor and soon we exchange the merciful God for another, a spitting image of us who are irascible and vindictive, always insisting that those who do not work should not eat, without bothering finding out the reason for their unemployment and not knowing anything about the employed who go hungry simply because, with the little that they are paid, they cannot make ends meet.

The remedy to indifference is to go to the outskirts. The Eucharist, the intimate and effective remembrance of Jesus’ love to the utmost—never seen or heard of before—compels us to be in a renewing solidarity with the poor.


VERSIÓN ESPAÑOLA

6º Domingo de Tiempo Ordinario A-2014

El que vive en Cristo es una creatura nueva (2 Cor 5, 17)

Jesús, con su anuncio del reino de Dios y su estilo de vida, representa conversión y novedad. Pero el cambio radical supone el retorno al principio inmutable que, si se cumple, rejuvenece.

Jesús vuelve a la ley y los profetas, afirmándolos imprescindibles, sabios y saludables. Él es el nuevo promulgador de leyes y el profetizado seductor de los israelitas que en el desierto les habla al corazón, para que le respondan como en su juventud (Os 2, 16-17).

Nuestro Maestro nos recuerda la tradición para que, unidos a él, la mantegamos viva e interiorizada profundamente y la cumplamos radicalmente—lo que hizo san Vicente de Paúl, quien, convertido a la Palabra primordial y viviéndola, se renovó.

El cumplimiento pleno significa no saltarse ni el mínimo precepto. Jesús no concuerda con los católicos de cafetería. No le gusta tampoco que digamos sí y no al mismo tiempo, al estilo de unos presidentes estadounidenses que usan declaraciones escritas para expresar sus reservas referente a unas disposiciones en las propuestas de ley que están firmando en el mismo momento. Ni aprueba las donaciones valiosas de los peces gordos que contribuyen a la Iglesia mientras siguen abusándose de los pequeños.

También advierte Jesús que no toda observancia al pie de la letra de los mandamientos pasa por justicia. No son pocos los observantes intachables con pretensiones de superioridad casi divina. Se creen la medida infalible de toda moralidad y el centro de todo. Se encierran en las estructuras que les dan una falsa contención, en las normas que les vuelven jueces implacables, en las costumbres donde se sienten tranquilos, mientras afuera hay una multitud con hambre y sed de justicia, misericordia y acogida (cf EG 49).

No, a los necesitados no se les puede ignorar. Amar al prójimo es cumplir la ley entera (Rom 13, 10). Dada además la jerarquía de verdades y virtudes, se ha de concentrar además en lo más esencial (EG 35-37): la justicia, la misericordia, la reconciliación. Encerrados en nuestros intereses, en la cultura y una teología de bienestar (EG 54, 90), no oímos el clamor de los pobres y pronto cambiamos al Dios compasivo por otro, a imagen de los que somos iracundos y vengativos, siempre insistiendo en que no coman quienes no trabajan, sin molestarnos en averiguar la razón de su desempleo, sin que sepamos nada de la gente empleada que sufren hambre simplemente porque no les alcanza lo poco que se les paga.

La indiferencia la remediamos saliendo a las periferias. Precisamente a una solidaridad renovadora con los pobres nos impulsa la eucaristía, el recuerdo íntimo y eficaz del amor hasta lo sumo—nunca visto antes ni oído—de Jesús.


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