Twenty-Ninth Sunday in Ordinary Time, Year A-2014

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Not in word alone, but also in power and in the Holy Spirit (1 Thes 1, 5)

God speaks to us. But do we really understand him? Who guarantees us the truth?

He speaks to us definitively and unambiguously through his Son, even though we, while hearing the same word, do not always understand it in the same way. Different stances give rise to different interpretations, for instance, of “Repay to Caesar what belongs to Caesar and to God what belongs to God.” Some cite it as proof that the Church should not meddle in the affairs of the state (D. Hamm). Those who make such use of this passage envision two completely autonomous spheres.

On the other hand, there are those who see “two spheres [that] are distinct, yet always interrelated” (Deus caritas est 28). They affirm, on the basis of the aforementioned passage—and also of “We must obey God rather than men”—that “refusing obedience to civil authorities, when their demands are contrary to those of an upright conscience, finds its justification in the distinction between serving God and serving the political community” (Catechism of the Catholic Church 2242).

In the face of such opposing views, which is it then? Of course, the presumption is in favor of the official teachers in the Church. But in the final analysis, Christian authority derives from charity and is proven authentic through it.

To have charity is “to will the good of another” (Catechism 1766). So, anyone who says he loves, but seeks all the while his own advantage, is a liar. Charity, by definition, is disinterested and simple.

It cannot belong to the hypocrites who seek to ruin others. Flattering and smoother than oil are their words, but they are naked swords. Charity belongs only to the clean and humble of heart, the ones who are gifted with the vision of God and the discernment of the truth.

And since Jesus is the lover par excellence who goes about doing good to the point of giving his life for all, the only thing left for us to do, in order to love truly and tell true explanation from false, is to imitate him and live the Eucharist. Discernment requires that we keep asking him, as St. Vincent de Paul recommends (Coste XI:348): “Lord, if you were in in my place, what would you do on this occasion?”

The imitators of Jesus recognize that one must put God ahead of everything and everybody, since those created in his image are wholly his, the divine sovereign who rules even over the superpowers of this world.

Lord, grant that we may faithfully dedicate ourselves to you and be your true images.


VERSIÓN ESPAÑOLA

29º Domingo de Tiempo Ordinario A-2014

No hubo solo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo (1 Tes 1, 5)

Dios nos habla. Pero, ¿le entendemos realmente? ¿Quién nos garantiza la verdad?

Nos habla definitivamente y sin ambigüedad por su Hijo, si bien nosotros, oyendo la misma palabra, no siempre la entendemos de la misma manera. Diferentes posturas humanas engendran diferentes interpretaciones, por ejemplo, de: «Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Unos lo citan como prueba de que la Iglesia no debe entremeterse en asuntos del estado (D. Hamm). Quienes se sirven así de este pasaje se imaginan dos esferas completamente autónomas.

En cambio, hay quienes ven «dos esferas distintas, pero siempre en relación recíproca» (Deus caritas est 28). Afirman, a base del susodicho pasaje—y de: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»—que «el rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política» (Catecismo de la Iglesia Católica 2242).

Frente a dos pareceres opuestos, ¿en qué quedamos entonces? Por supuesto, hay presunción en favor de los maestros oficiales de la Iglesia. Pero en última instancia, la autoridad cristiana emana de la caridad y por ella se acredita auténtica.

Tener caridad es «desear el bien a alguien» (Catecismo 1766). Miente, pues, quien dice que ama mientras procura lo propio. La caridad por definición es desinteresada y sencilla.

No puede ser de los hipócritas que buscan la ruina de otros. Halagueñas y más blandas que aceite sus palabras, pero son puñales. La caridad son solo de los de corazón limpio y humilde, los dotados de visión de Dios y de discernimiento de la verdad.

Y como Jesús es el amante por excelencia que pasa haciendo el bien hasta dar su vida por todos, solo nos queda imitarle y vivir la Eucaristía, para que amemos realmente y distingamos la explicación verdadera de la falsa. El discernimiento requiere que vayamos preguntándole, como aconseja san Vicente de Paúl: «Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión?» (XI:239).

Los imitadores de Jesús reconocen que hay que anteponer a Dios a todo y todos, pues los creados a su imagen son de él, el soberano divino que domina incluso sobre los superpotentes de este mundo.

Señor, haz que nos entreguemos a ti con fidelidad y seamos verdaderas imágenes tuyas.