Thirty-First Sunday in Ordinary Time, Year B-2012

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Love is the fulfillment of the law (Rom. 13:10—NABRE)

Jesus is asked which of the commandments is first. The question concerns us, never mind if it comes from the scribe who assents or the Pharisee who dissents—assent and dissent too, according to Father Maloney, can contribute to the building-up of the Church [1]. No, the question does not belong to the Jews only who are schooled in the 613 precepts and the prescriptions of commentators. It belongs to us Catholics also who are not lacking in a multiplicity of doctrines and explanations of them in the form of catechisms, constitutions, decrees, declarations and canons.

Multiplicity is not bad in itself. Divine transcendence requires that limited human intelligence come up with multiple explanations, so that the Ineffable may be less incomprehensible. It is not enough for us to propose only one description of God’s plenitude or several even, but very many and endless descriptions, if we want to arrive at just an approximation (cf. Sir. 43:27-31).

With so many things, however, it is possible for us to lose sight of their basic meaning and end up disregarding the more important ones. It would be worse if we mistake our relative symbols with the absolute reality they represent and we forget that, as much as they reveal, symbols still veil. The question is pertinent, for sure. And even more important is the answer.

Jesus’ answer shows that he is our Teacher. He is right on target about the essence of worship and he differs from Rabbi Hillel who reduced the whole Jewish ethic to, “What you hate for yourself, do not do to your neighbor,” as well as from prophet Micah (6: 8). Love is what characterizes Jesus’ answer.

Jesus declares that love “is above all rules,” to put it the way St. Vincent de Paul did [2]. Underscored once again is the decisive role of what remains in the heart, in the soul, in the mind, in the memory. The emphasis on what is deeply rooted is the same one that is found in the mention of the adultery that is committed in the heart and in the clarification that the things that come out from within are what defile.

The love that is in the heart is invisible like God. But as those who have tasted love know, it is made manifest, for example, in the effects of love enumerated by Lope de Vega [3]. But above all, it is revealed and shown to be real in the person who is possessed by the love that is described in 1 Cor. 13:4-7.

And as it is the case with God’s love, our love is proven in mission and cannot be without compassion (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:17; 1 Jn. 4:9; Is. 54:10; Lam. 3:32). According to St. Vincent, the one who lacks compassion does not have charity nor is he a genuine Christian; he is more an animal than a human person [4].

In the end, as St. John of the Cross says, we will be judged on love. Those consumed by the affective love, from which flows the effective love that is distinguishable by the strength of the arms and the sweat of the brow [5], will take their special and reserved places in the heavenly worship in which presides the one whose priesthood does not pass away. Is our Eucharistic celebration, the pledge of the glorious worship to come, a true proclamation of the primacy of Gospel love? Aren’t we content simply with being not far from the kingdom, going away sad and with our faces falling because we have many possessions?

NOTES:

[1] Cf. “Some Helpful Distinctions in Catholic Life,” Seasons in Spirituality (Hyde Park, NY: New City Press, 1998) 109.
[2] P. Coste X, 595.
[3] Cf. http://www.unsplendid.com/4-1/4-1_lopedevega_various_frames.htm (accessed October 29, 2012).
[4] P. Coste XII,271.
[5] Ibid., XI, 40.


VERSIÓN ESPAÑOLA

31° Domingo de Tiempo Ordinario, Año B-2012

Amar es cumplir la ley entera (Rom 13, 10)

Se le pregunta a Jesús cúal de los mandamientos es el principal. Nos atañe la pregunta, no importa si es o del escriba que asiente o del fariseo que disiente—el asenso y, según el Padre Maloney, también el disenso pueden contribuir a la edificación de la Iglesia. No, la pregunta no es sólo de los judíos adoctrinados en los 613 preceptos y los comentarios sobre ellos. Es también de los católicos que no carecemos de una multiplicidad de doctrinas y explicaciones de ellas en forma de catecismos, constituciones, decretos, declaraciones y cánones.

La multiplicidad no es mala por sí. La trascendencia divina requiere que la inteligencia humana limitada salga con múltiples explicaciones, para que el Inefable sea menos incomprensible. No nos basta con proponer una sola descripción de la plenitud de Dios, o aun varias, sino muchísimas e interminables, si deseamos llegar siquiera a una aproximación (Eclo 43, 27-31).

Con tantas cosas, sin embargo, nos es posible perder de vista el significado básico de ellas y acabar pasando por alto las de mayor importancia. Peor todavía sería si confundimos nuestros símbolos relativos con la realidad absoluta representada por ellos y nos olvidamos de que ellos, por más que revelen, no dejan de velar. Sí, nos es pertinente la pregunta. Y aún más, nos importa la respuesta.

La respuesta de Jesús demuestra que él es nuestro Maestro. Él acierta la esencia del culto y se distingue tanto del famoso rabí Hilel que redujo la entera ética judía al principio: «No hagas a tu prójimo lo que odies que te hagan a ti», como del profeta Miqueas (6, 8). Distintivo de la respuesta de Jesús es el amor.

Jesús pronuncia que el amor «está por encima de todas las reglas», por decirlo al modo de san Vicente de Paúl (XI, 1125). Así se resalta de nuevo el papel decisivo de lo que nos queda en el corazón, en el alma, en la mente, en la memoria. El énfasis en lo profundamente arraigado, es el mismo que se encuentra en la mención del adulterio que se puede cometer en el corazón y en la aclaración de que de dentro salen las maldades que hacen al hombre impuro.

El amor dentro del corazón es, como Dios, invisible. Pero como lo sabe quien lo ha probado, el amor se manifiesta, por ejemplo, en los efectos enumerados por Lope de Vega. Pero sobre todo el amor se revela y se muestra real en la persona poseída por el amor que se describe en 1 Cor 13, 4-7.

Y como es el caso del amor de Dios, nuestro amor se prueba en la misión y no puede ser sin la compasión (Jn 3, 16; 1 Jn 3, 17; 1 Jn 4, 9; Is 54, 10; Lam 3, 32). Según san Vicente, no tiene caridad ni es cristiano auténtico, es más animal que humano, el que carece de compasión (XI, 561).

Al final, dice san Juan de la Cruz, se nos juzgará por el amor. Los consumidos por el amor afectivo, del que brota el amor efectivo que se distingue por las fuerzas de los brazos y el sudor de la frente (XI, 733), éstos tomarán los puestos reservados en el culto celestial presidido por el que tiene el sacerdocio que no pasa. ¿Es verdadera proclamación de la primacía del amor evangélico nuestra celebración eucarística, prenda del futuro culto glorioso? ¿No nos contentamos con sólo no estar lejos del reino, marchándonos desanimados y tristes por tener muchas posesiones?